Y cuando menos lo esperaba, de repente, después de mucho tiempo creyéndome que podría estar mejor, apareces.
Apareces, en un mundo irreal, donde un simple no, no sirve de excusa y por eso llama a la distancia, aquella que nos separa aún más, aquella que te hace reconstruir tu vida conociendo a otra persona.
Y yo... ¿yo? ¿alguna vez importe en esta historia tan irreal? Tan irreal como los sueños que te atreves a robarme, donde las caricias que me ofrecías impregnan cada detalle en ese mundo que no existe, pero que cuando menos lo espero apareces.
¿Por qué te atreves?
Entras, sin llamar a la puerta, ni si quiera pedir permiso por si mi corazón aún no esta rehabilitado de tus rechazos, de tus palabras, de tener que olvidar e ignorar cada huella que dejaste en él con tus labios, con la forma tan delicada de tocarlo.
¿Qué castigo es este? Que te entrometes, y me haces preguntarme como te irá todo, si en ese mismo instante que soñé contigo estarías abrazado a otra mujer, o necesitando tal vez un abrazo, uno de los que yo me muero de ganas por darte y no de forma cualquiera sino queriéndote por si acaso te sientes tan sola como yo.
El problema no es mi soledad por falta de hombres, el problema soy yo, que aún no a habido hombre alguno que me haga sentir como tú y ese es mi problema.
Sola, aquí un martes 25 de febrero a las 00:57, me dispongo a pensar en ti, en lo que me gustaría que estuvieses en mi cama. En mi vida.
Verónica Msoto